Hace 37 años, la última dictadura cívico-militar dio inicio a la guerra de Malvinas. Bajo la máscara de recuperar la justa soberanía sobre las islas, paradoja cínica de un gobierno entregado en forma completa al capital financiero internacional, llevó a combatir a jóvenes argentinos, muchos de los cuales no volvieron.
La acción no fue un acto nacionalista. Fue un acto más dentro del Terrorismo de Estado. Las prácticas de vejación y tortura a las que eran sometidos, en nuestro país, miles de compañeros y compañeras, tuvieron su correlato en Malvinas. En este sentido, la violencia fue doble; al conflicto bélico, se le sumó la actitud estatal.
El plan económico de la dictadura mostraba su contundente fracaso. La “miseria planificada” que denunció Rodolfo Walsh en su carta a la junta daba cuenta de mayor desempleo y pobreza, inflación, especulación financiera y reprimarización de la economía. La guerra fue un manotazo más dentro de un plan sistemático de represión, desaparición, tortura pero, por sobre todas las cosas, de destrucción de nuestro patrimonio cultural y de los lazos sociales de resistencia y organización.
Hoy, 37 años después, el modelo económico sigue siendo el mismo al igual que los apellidos que conducen gabinetes y grandes empresas. Precariedad, despidos, pobreza y persecución son moneda corriente en la Argentina macrista. Como organización sindical, como parte del colectivo de trabajadores y trabajadoras de la educación, la prenda de la unidad debe ser piedra fundante de cualquier proyecto que luche por volver a poner de pie a nuestro país.